A diferencia de los cultos de tribus africanas o australianas que aún perviven -y que han sido objeto de estudio de antropólogos y estudiosos de las religiones- no poseemos información de primera mano de las iniciaciones de la antigüedad grecolatina. Nos han llegado fragmentadas, a través de escritos de segunda mano, debido a que muchas de ellas se transmitían en forma oral de sacerdote a iniciado, y la mayor parte de los libros sagrados fueron destruidos en el siglo IV d.C. con la abolición de los templos y oráculos considerados paganos durante el gobierno de Teodosio I, apodado por esta hazaña “el Grande”.
Pese a esta pérdida de las fuentes de primera mano, existen obras de poetas, filósofos y fragmentos varios en los que se señalan -no sin cierta cuota de ocultamiento- aspectos de estos cultos. Como queda revelado por Apolonio de Rodas en el segundo canto de su Argonáutica, existe un límite al conocimiento de los designios o de la propia naturaleza de lo divino. Cuando los argonautas van camino a la Cólquide, se encuentran con el vidente Fineo, quien ha sido cegado por Zeus debido a revelar lo que era secreto, y les advierte:
Escuchad, pues. No os es lícito conocer todo con exactitud. Mas, cuanto parece grato a los dioses, no os lo ocultaré. Ya antes cometí falta al revelar con imprudencia la voluntad de Zeus detalladamente y hasta el final. Pues así lo quiere él, desvelar incompletas a los hombres las profecías de la adivinación, para que también necesiten algo de la voluntad de los dioses (Argonáuticas, II, 312-316).
Este límite al conocimiento de la propia naturaleza de lo divino o de sus designios se manifiesta plenamente en los cultos mistéricos de la antigüedad. ¿Pero qué son los Misterios?
Nuestra palabra “misterio” proviene del latín mysterium que, a su vez, es una transliteración del término griego μυστήριον (mystérion), un derivado de la palabra μύστης (mystes), que significa “iniciado”. Tardíamente, esta palabra adoptó el significado que empleamos actualmente de “cosa secreta, oculta o desconocida”. Sin embargo, tanto en Grecia como en Roma, esta palabra designaba un tipo de religión, una serie de cultos religiosos bastante extendidos llamados “misterios” o “cultos mistéricos”. Si buscamos el sentido más primario de la palabra μύστης, debemos señalar que proviene del verbo μύω (“myo”) que significa “cerrar los ojos”, aunque en un principio significaba “cerrar los labios”, tal como refiere la raíz indoeuropea de la que proviene *mu-1, que significa “sonido hecho con los labios cerrados”, sentido que claramente se evidencia en palabras latinas como mutus (mudo) y el verbo mussitare (murmurar).
En resumidas cuentas, “mistérico” es aquel culto que posee rituales, símbolos y un conocimiento que no debe ser revelado al no iniciado. Estos cultos se diferencian esencialmente, tanto en Grecia como en Roma, del culto público dedicado a los dioses tradicionales (Zeus/Júpiter, Hera/Juno, Atenea/Minerva, Artemisa/Diana, etc.), por su aspecto cerrado.
Mientras las ceremonias dedicadas a los dioses estatales se realizaban en una explanada delantera del templo dedicado a cada dios, al aire libre donde se ubicaba el altar y todos quienes deseasen participaban de ese ritual en una reunión abierta, las ceremonias propias de un culto mistérico se realizaban en el interior del templo, a puertas cerradas para los no iniciados. La razón de ello descansa en el hecho de que los cultos mistéricos basan su creencia y finalidad en el logro de una salvación en el más allá, lo cual no se adquiere con el culto oficial. Es por ello que todos estos cultos mistéricos se relacionan con dioses que hayan participado de un descensus ad inferos (un descenso al infierno) y hayan retornado, tal el caso en Grecia de Deméter y Proserpina, Dioniso y Orfeo, dioses de los principales cultos mistéricos: Misterios de Eleusis, misterios dionisíacos y órficos.
Carl Kerényi señala que los misterios eran secretos, por definición:
Los Mysteria empiezan para el mystes (el neófito) cuando, en calidad de paciente del evento (muoúmenos), cierra los ojos, como si retrocediera hacia su propia oscuridad, entra en la oscuridad. Los romanos usan el término “entrar-en”, “in-itia” (en el plural), no solo para esta acción iniciante, el acto de cerrar los ojos, la myesis, que se traduce exactamente como initiatio, sino para los Mysteria mismos. La festividad de entrar en la oscuridad, independientemente de los resultados o la influencia que pudiera conllevar esta iniciación: eso es lo que eran los Mysteria, en el sentido original de la palabra (Kerényi, The Mysteries, 38).
Es decir, los Misterios son esotéricos (interior) y no exotéricos (exterior), son nocturnos y no solares. No obstante, no debemos pensar en una oscuridad tenebrosa ni siniestra, sino en el sentido de la noche que antecede al día. Ese poder ominoso e inmenso que precede a la creación y que Eliade señala como aspecto fundamental de todo lo nuevo: el nacimiento a partir de la muerte de lo anterior. A su vez, Kerényi señala que “los Mysteria eran tan esencialmente nocturnos que en ellos se experimentaba cada aspecto de la noche, aun ese poder que reside en la noche solamente, el poder de engendrar la luz, por decirlo así, de ayudarla a salir” (Kerényi, 39).
Parece ser que dos movimientos básicos están presentes en los cultos mistéricos: el hundirse en la propia oscuridad para extraer la luz: lo que se vela y lo que se re-vela. En pocas palabras, se trata de eso: de sumergirse en la oscuridad, donde todos los términos de referencia habituales, los conocimientos y los hábitos del mundo cotidiano resultan irrelevantes, para que, luego de esa muerte de lo conocido, sobrevenga la revelación de una verdad sagrada, experiencia que transformará al iniciado y le hará perder el miedo a la muerte. Así al menos parece sugerirlo Plutarco en el siguiente fragmento:
Por ello el verbo «morir» (teleután) se asemeja al verbo «ser iniciado» (teleîsthai) y también las acciones nombradas por ellos se parecen entre sí. En primer lugar, vagabundeos sin rumbo y fatigosas vueltas e inquietantes recorridos sin fin (atélestoi) en la oscuridad y, luego, antes del final mismo (télos), todo tipo de terribles experiencias, estremecimientos, temblores, sudor y estupefacción. Después de esto, sin embargo, una luz asombrosa le sale al encuentro y le reciben lugares puros y praderas, donde hay cantos y danzas y la solemnidad de palabras sagradas y visiones santas. En ellas, ya completamente iniciado, se vuelve libre y deambula liberado, y coronada su cabeza celebra los misterios y convive con hombres santos y puros (Plutarco, Fragmento 178).
Otros rasgos en común de los cultos mistéricos son:
- Poseen creencias organizadas en verdades no accesibles al entendimiento y que debe aprender el neófito. En los Misterios, se veían símbolos y se escuchaban palabras sagradas, aunque no necesariamente se comprendiera de un modo racional, puesto que tienen más el sentido de “recibir” una revelación que debe permanecer en secreto. En otras palabras, los Misterios conferían un conocimiento a través de una experiencia.
- Superada la etapa de iniciación o aprendizaje, el aspirante pasa por un ritual o bautismo que lo convierte en mystís o iniciado. Es a partir de entonces que se lo admite en la comunidad y puede practicar la religión y el ritual.
- Están constituidos por grados o niveles de iniciación, que implican a su vez ritos de pasaje de uno a otro. Cada nivel supone una superación espiritual mayor, por lo que brinda mayor estatus en la comunidad de fieles.
- El culto se practica en el interior del templo cerrado y solo los iniciados pueden participar de él, por lo que se prohíbe a los iniciados describir o revelar aspectos de esas prácticas.
- Cada culto mistérico gira en torno a una deidad femenina y una masculina (hijo, amante, esposo, etc.) y, en general, es la divinidad masculina la que sufre un proceso de muerte y resurrección, que se ve descripto en un mito. Este mismo proceso de resurrección es el que se le promete al iniciado si cumple los rituales religiosos y avanza en su superación espiritual.
- No tenían carácter exclusivista, por lo que una misma persona podía participar de más de un culto mistérico, o incluso combinarlo con otras prácticas de los cultos estatales.
En Grecia, los cultos mistéricos principales fueron tres: los misterios órficos, en torno a la figura de Orfeo, poeta-profeta que descendió al mundo de los muertos para rescatar a su amada Eurídice, y retornó vivo del inframundo sin su amada, pero predicó un código para la salvación de ultratumba. Los misterios dionisíacos giran en torno al niño-dios Dioniso, quien fuera sacrificado por los gigantes y resucitado por la diosa Gea. Finalmente, los misterios eleusinos se relacionan con las diosas Deméter y Perséfone, en el que una diosa -y no un dios- constantemente muere y resucita.
Si bien los iniciados no podían revelar —bajo pena de muerte— en qué consistían los rituales y los objetos sagrados, por lo que solo se ha podido reconstruir algunos aspectos de estos cultos mistéricos, sí es unánime en los escritos de poetas y filósofos que los Misterios eran un don divino y una promesa de felicidad, tal como lo expresa Sófocles:
¡Tres veces felices serán aquellos de los mortales que tras haber contemplado estos misterios se encaminen al Hades. Pues solo a ellos, allí se les concede la vida, mientras que para los otros, allí, todo son males. (Sófocles, Fragmentos 837).
Y de modo similar también expresa Píndaro:
Dichoso el que entra bajo la tierra, después de haber visto estas cosas; conoce el fin de la vida, y conoce su principio, el que le dio Zeus. (Píndaro, Fragmentos 137).
Sin embargo, ninguno de estos cultos iniciáticos puede ser considerado como creación del espíritu griego. Sus raíces se hunden en las profundidades de la protohistoria. Tradiciones cretenses, asiáticas y tracias fueron recuperadas e integradas en un nuevo horizonte religioso. La iniciación eléusica desciende de un ritual agrario estructurado en torno de la muerte y resurrección de una divinidad que preside la fertilidad de los campos. Son rituales antiquísimos y el hecho de que hayan sobrevivido en las religiones griegas demuestra su grado de vitalidad y su importancia para la vida religiosa de la humanidad. Como señala Eliade:
Se trata de experiencias religiosas primordiales y ejemplares al mismo tiempo. En Eleusis, como en las ceremonias órficas y en los Misterios greco—orientales, la iniciación busca trascender la condición humana y lograr un modo superior de ser, sobrehumano. Los ritos iniciáticos reactualizan un mito de origen, que narra aventuras, muerte y resurrección de una divinidad. Si bien es verdad que sabemos relativamente poco sobre los ritos secretos, sabemos que los más importantes se referían a muerte y resurrección místicas del neófito. Gracias a la iniciación el neófito tenía acceso a un modo diferente de ser: se hacía igual a los Dioses, se identificaba con los Dioses. Apoteosis, deificación, “des-mortalización” (apathanatismos), son concepciones familiares en todos los Misterios helenísticos. La divinización del hombre no era en absoluto una fantasía extravagante para el mundo antiguo tardío. “Sábete pues que eres un dios”, escribía Cicerón (De Rep. VI, 17). Y en un texto hermético se leía: “Yo te conozco, Hermes, y tú me conoces: yo soy Tú, y Tú eres yo” (Eliade, Muerte e iniciaciones… 175).
Bibliografía
APOLODORO DE RODAS. Argonáuticas, Madrid, Gredos, 1997.
BURKERT, W. Cultos mistéricos antiguos, Madrid, Trotta, 2005.
ELIADE, Mircea. Muerte e iniciaciones mistéricas. La Plata, Terramar, 2008.
KERENYI, Karl, “The Mysteries of the Kabeiroi”, en The Mysteries (Ed. by Joseph Campbell) Princeton, NJ, Bollingen Series XXX, Princeton University Press, 1978.
PÍNDARO. Odas y fragmentos. Madrid, Gredos, 1984.
PLUTARCO. Obras Morales y de costumbres. Madrid, Gredos, 2004, t. XIII.
SÓFOCLES. Fragmentos. Madrid, Gredos, 1983.