LA RELIGIÓN EN LA ANTIGÜEDAD

LOS RITUALES DE INICIACIÓN EN LA ANTIGÜEDAD

En la actualidad, puede resultar extraño el significado real de la religiosidad antigua, puesto que nuestro concepto de religión es muy diferente al de la antigüedad. Estamos acostumbrados a entender que la persona que adhiere a una religión queda excluida de participar en cualquier otro culto. Esto se debe a que, desde su origen, las principales religiones contemporáneas de occidente –el judaísmo, el cristianismo y el islamismo– han puesto énfasis en delimitar una religión frente a las otras, como forma de autodefinirse. En el mundo precristiano esto no sucedía: los cultos de la antigüedad nunca fueron mutuamente excluyentes, por lo tanto, una misma persona podía pertenecer a varios cultos, incluso de dioses extranjeros, puesto que se las consideraba variantes o distintos acercamientos a “la religión antigua”, como unidad. 

Culto a Isis

Estos cultos mistéricos fueron la forma de religiosidad más profunda del mundo mediterráneo antiguo, basados en distintos tipos de iniciaciones. Para comprenderlos mejor, aclaremos en primer lugar, algunos conceptos.

Como señala Mircea Eliade en su libro Muerte e iniciaciones místicas, la iniciación era de capital importancia en las sociedades tradicionales. En cambio,  una de las características del mundo moderno es la desaparición de la iniciación, por lo que suele desconocerse qué debe entenderse por ella. En pocas palabras, podemos decir que iniciación es el conjunto de ritos y enseñanzas orales que tienen por finalidad la modificación radical de la condición religiosa y social del sujeto iniciado:

Filosóficamente hablando la iniciación equivale a una mutación ontológica del régimen existencial. Al final de las pruebas, goza el neófito de una vida totalmente diferente de la anterior a la iniciación: se ha convertido en otro. La iniciación de pubertad es especialmente importante (Eliade, Muerte e iniciaciones místicas, 8).

Si bien la iniciación es prácticamente inexistente en la sociedad occidental de nuestros días, podemos ver vestigios de ella en las diferentes confesiones cristianas: el bautismo es esencialmente un rito iniciático y el sacerdocio implica también una iniciación. 

La originalidad del “hombre moderno” su novedad con respecto a las sociedades tradicionales, está precisamente en la voluntad de considerarse como un ser únicamente histórico, en el deseo de vivir un Cosmos radicalmente desacralizado. (…) Dicha imagen (el del ideal de la sociedad) el hombre de las sociedades tradicionales llega a conocerla y a asumirla a través de la iniciación (Eliade, Muerte e iniciaciones místicas, 8).

Esta desacralización del mundo lleva al hombre actual a considerar que el conocimiento solo debe traspasarse al otro, entendiendo el conocimiento como información objetiva. Nada más alejado del mundo antiguo, en el que el neófito ingresa al mundo mítico, considerado sobrenatural, en tanto el Mundo ha sido creado por un Ser sobrenatural, obra divina entonces, sagrada en su estructura. Por lo tanto, dicha historia sagrada –la mitología– es ejemplar: cuenta cómo las cosas han venido al ser, y ese conocimiento debe ser ganado mediante pruebas que midan el espíritu del neófito. Este modelo también se replicará luego en las escuelas griegas de la antigüedad: el alumno (etimológicamente “el que se alimenta”) deberá realizar un movimiento de deseo y voluntad de aprender para ascender en los niveles que cada escuela o filósofo impartía. 

A esta ciencia tradicional es a la que acceden los novicios, instruidos durante mucho tiempo por tutores: primero deben asistir a ceremonias secretas, soportar una serie de pruebas que constituyen la experiencia de iniciación: el encuentro con lo sagrado. 

La mayor parte de las pruebas sagradas, como señala Eliade, implican de manera más o menos evidente, una muerte ritual, a la que sigue una resurrección o nuevo nacimiento. El momento central de toda iniciación viene representado por la ceremonia que simboliza la muerte del neófito y su vuelta al mundo de los vivos. Pero el que retorna a la vida es un hombre nuevo, asumiendo un modo distinto de ser. La muerte iniciática significa al mismo tiempo, el fin de la infancia, el fin de la ignorancia y de la condición profana: 

En el pensamiento arcaico, la muerte expresa mejor que nada la idea de término, de acabamiento definitivo de algo, al igual que la cosmogonía expresa la idea de creación, de construir. Por lo que el mito cosmogónico sirve de modelo ejemplar para toda clase de “hacer”. Nada asegura mejor el éxito de una creación sea cual sea (un poblado, una casa, un hijo) que copiarla de la creación por excelencia: la cosmogonía. La vuelta al comienzo revierte en una reactivación de las fuerzas sagradas que en aquel entonces se manifestaron por primera vez. Al restaurar el Mundo tal cual era en el momento en que acababa de nacer, al reproducir los gestos que los dioses hicieron por primera vez in illo tempore, la sociedad humana y el Cosmos todo volvían de nuevo a ser lo que entonces habían sido: puros, poderosos, eficientes, con sus virtualidades intactas [Eliade, Muerte e iniciaciones… 11]. 

La muerte iniciática hace posible la tabula rasa (la tabla en blanco) en la que vendrán a inscribirse las revelaciones sucesivas, destinadas a formar un hombre nuevo. El iniciado “muere” a la existencia dada por los padres y comienza una vida nueva, que se concibe como la auténtica existencia humana, por cuanto se halla abierta a los valores del espíritu. 

Por lo tanto, todos los ritos de renacimiento o de resurrección, acompañados por los símbolos que le son afines, indican que el novicio ha alcanzado un modo distinto de existencia, inaccesible a los que no han afrontado las pruebas iniciáticas y que, por lo tanto, no han conocido la muerte. 

¿Qué implica esta muerte iniciática? Para comprender mejor este aspecto debemos tener en cuenta que en la mentalidad arcaica se considera que no es posible modificar un estado sin abolirlo previamente. Para hacer bien una cosa será preciso proceder como se hizo la primera vez. Ahora bien, la primera vez, dicha cosa, ya sea un objeto, un animal, una actitud, no existía: un ser sobrenatural la hizo existir. Como explica detalladamente Mircea Eliade, generalmente, la muerte iniciática es simbolizada por las tinieblas, por la Noche cósmica, por el vientre de un monstruo, etc., puesto que todas esas imágenes expresan regresión a un estado preformal, a una modalidad latente (complementaria del caos que precede la cosmogonía). 

Aquí encontramos una diferencia radical con el mundo actual, en cuanto esta concepción de la muerte como un estado de latencia previo al cosmos -idea de muerte en las cosmovisiones antiguas-, no conlleva el sentido de aniquilación total que prevalece en las sociedades modernas. Dichas imágenes y símbolos de la muerte ritual están vinculados con la germinación, con la embriología: indican que una nueva vida está preparándose, lo cual se explica por el sentido de transmigración del alma, es decir, la creencia en la reencarnación que poseían los cultos de la antigüedad. 

Podríamos decir, entonces, que la iniciación pone fin al “hombre natural” introduciendo al novicio en un nacimiento sagrado, y participa entonces de la historia sagrada conservada por los mitos. El novicio a través de la iniciación es introducido en la historia del mundo y de la humanidad. 

En cuanto a la clasificación, Mircea Eliade señala que existen en general tres categorías o tipos de iniciación en la historia de las religiones. La primera comprende los rituales colectivos por los que se efectúa el paso de la infancia o de la adolescencia a la edad adulta, siendo obligatoria para todos los miembros de la sociedad. A estos rituales también se los llama “ritos de pubertad”, “iniciación tribal” o “iniciación de clase de edad”. En este tipo de iniciación se realiza un acto de ruptura: el niño o adolescente es separado de la madre. Las demás iniciaciones se distinguen de esta, porque no son obligatorias para todos los miembros de la comunidad y porque la mayor parte de ellas se llevan a cabo individualmente o en grupos bastante reducidos.

La segunda categoría de iniciación reúne los distintos tipos de ritos de entrada a una sociedad secreta o a una cofradía. Estas sociedades secretas están reservadas a un solo sexo y son muy celosas de sus respectivos secretos. La mayor parte de las cofradías son masculinas, pero existen también cofradías femeninas. En el mundo mediterráneo y en el antiguo Cercano Oriente, ambos sexos tenían acceso a los Misterios y, aunque no sean del mismo tipo, podemos clasificar los cultos mistéricos greco-orientales dentro de la categoría de cofradías secretas. Una tercera categoría de iniciación es la que caracteriza a la vocación mística, es decir, por lo que hace a las religiones primitivas, la vocación del hombre-medicina o del chamán. Quienes se someten a las pruebas de esta tercera categoría de iniciación están destinados a ser partícipes de una experiencia religiosa más intensa que la del resto de la comunidad.

Bibliografía
BURKERT, W. Cultos mistéricos antiguos, Madrid, Trotta, 2005.
ELIADE, Mircea. Muerte e iniciaciones mistéricas. La Plata, Terramar, 2008.

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